Si no hubieras tomado el tren esa madrugada de sol, que insistía con
subirse sin pagar boleto para acompañarte, ellas no te habrían conocido.
Ni hubieran escuchado cantarle esas
lindas canciones a tu panza. Y que cuando se acercaron a preguntarte
como te llamás, Lihué dijiste bajito, y como un secreto agregaste: - la
mami me las cantaba cuando yo era gurisita. Iba con ella a la cosecha de
la yerba envuelta en una manta verde…-
Si no hubieras tomado
el tren de las seis y diecisiete, con tus pecas húmedas, y tu vestidito
con flores amarillas, seguramente no te habrías podido escapar.
Alguien. Unos cuantos. Muchos, estaban esperando en algún lugar para comprarte tu panza, como quien contrabandea joyas caras…
Pero te esperaban en la estación cuando sonara el silbato del tren de las siete y cuarto. Hubieras estado a esa hora, donde el asfalto termina, donde crecen los ranchos. Y las durmientes astilladas y los arrebatadores de sueños y vidas no sabrían que esperarían en vano, con tres sucios billetes en cada mano.
Y no te hubieses podido refugiar en los abrazos calientes de esas mujeres que no permitieron que arrebaten tu infancia. Ni la infancia de tu panza.
Si no hubieras conocido a esas mujeres, que venían de tan cerca con sus pistas certeras y su lucha pintada en làgrimas verdes, tu inocencia nunca se hubiera enterado de que el negocio el en el norte se paga con cuerpos, con llantos, con limosnas. Con crucifijos astillados. Hoy no estarías aquí, con Simona. Con sus manos calentitas. Con su pequeña boca en tu pecho ajado. Con su pequeña boca en tu pecho tibio para que no haga ruido su panza inquieta.
Si no te hubieras confundido de hora, y la campana que saludaba al tren de las siete y cuarto te hubiese apurado a colgarte del vagón, los monstruos hubiesen ganado. La red de trata seguiría más impune. Pero a la red le cortaron varios hilos…
Si no hubiese sido por el destino, tu intuición, tu certeza, tu duda, que llevaron a subirte al tren equivocado, quizá hubieses vuelto al pueblo sola y vacía: pero les ganaste a unos cuantos.
Si no hubieras tomado el tren de las seis y diecisiete, hoy estaría contando otra historia. Otro final. O no hubiese podido contar nada:
No hubiese conocido a Simona y sus cachetes colorados.
No hubiese conocido los arrullos ancestrales endulzándole sus orejitas
Ni a las mujeres - coraje que destejieron algunos metros de cuerda de miseria humana.
Y yo, no te habría conocido, Lihuè, Tan fuerte. Tan frágil. Tan grandiosa.

Alguien. Unos cuantos. Muchos, estaban esperando en algún lugar para comprarte tu panza, como quien contrabandea joyas caras…
Pero te esperaban en la estación cuando sonara el silbato del tren de las siete y cuarto. Hubieras estado a esa hora, donde el asfalto termina, donde crecen los ranchos. Y las durmientes astilladas y los arrebatadores de sueños y vidas no sabrían que esperarían en vano, con tres sucios billetes en cada mano.
Y no te hubieses podido refugiar en los abrazos calientes de esas mujeres que no permitieron que arrebaten tu infancia. Ni la infancia de tu panza.
Si no hubieras conocido a esas mujeres, que venían de tan cerca con sus pistas certeras y su lucha pintada en làgrimas verdes, tu inocencia nunca se hubiera enterado de que el negocio el en el norte se paga con cuerpos, con llantos, con limosnas. Con crucifijos astillados. Hoy no estarías aquí, con Simona. Con sus manos calentitas. Con su pequeña boca en tu pecho ajado. Con su pequeña boca en tu pecho tibio para que no haga ruido su panza inquieta.
Si no te hubieras confundido de hora, y la campana que saludaba al tren de las siete y cuarto te hubiese apurado a colgarte del vagón, los monstruos hubiesen ganado. La red de trata seguiría más impune. Pero a la red le cortaron varios hilos…
Si no hubiese sido por el destino, tu intuición, tu certeza, tu duda, que llevaron a subirte al tren equivocado, quizá hubieses vuelto al pueblo sola y vacía: pero les ganaste a unos cuantos.
Si no hubieras tomado el tren de las seis y diecisiete, hoy estaría contando otra historia. Otro final. O no hubiese podido contar nada:
No hubiese conocido a Simona y sus cachetes colorados.
No hubiese conocido los arrullos ancestrales endulzándole sus orejitas
Ni a las mujeres - coraje que destejieron algunos metros de cuerda de miseria humana.
Y yo, no te habría conocido, Lihuè, Tan fuerte. Tan frágil. Tan grandiosa.

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