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sábado, 23 de julio de 2011

SANTO PECADO

Cuando mi error y tu vileza veo, contemplo, Silvio, de mi amor errado, cuán grave es la malicia del pecado, cuán violenta la fuerza de un deseo.
Sor Juana De La Cruz
 El no se animaba.  Ella tenìa ganas. Tenìa apoyada su cabeza sobre el  hombro y se enganchaba el cabello de èl, entre sus dedos temblorosos. Le susurraba que no lo querìa. Que no lo amaba. Pero que lo deseaba. El tambièn la deseaba, la soñaba, la buscaba entre la gente, entre las caras frìas enrolladas de bufanda. Pero los fantasmas grises revoloteaban sobre los dos. Hasta que ella le pidiò que cierre los ojos. Le estampò un beso de miel y culpa en la boca y se atragantò con su lengua y su licor de saliva dulce. Y tanto jadearon calor y escalosfrios, que empañaron el ventanal del bar donde se escarchaba el cafè con leche. Y las medialunas eran la merienda del chico que vendìa fresias blancas. Y al mozo se le cayò la bandeja de gaseosas para la: ¡mesa seis! Y la chica de anteojos que conversaba en alemàn con sus amigos dijo: ¡Mein Gott!
  Ella y èl salieron corriendo al kiosco de lado. Ella pidiò una hoja. El le repitiò que no me quieras. La chica pegò alli el beso, los jadeos y los notequieroperotedeseo. Tres copias de cada una. Mejor siete, una para cada dìa de la semana. Hasta verse la pròxima vez dentro de varios meses. Para repetirse que no pueden amarse hasta la estratòsfera. Para besarse sin comprometerse hasta el obelisco.  Hasta que se congele de nuevo el cafè con leche con dos sobrecitos de culpa descafeinada...