Marte se encargaba de meter fuego en la hoguera y Júpiter, con sus anillos cósmicos, practicaba danzas circulares hasta marearlas. Casi hasta el desmayo.
Plutón con su pequeñez escurridiza, recorría cada vena, cada arteria como un ser invisible, provocando a la corteza cerebral, como piedra filosa en camino a su objetivo. Cinco o seis días de sufrimiento al mes y la tarea estaba cumplida.
Venus las defendía. Las representaba. Acariciaba sus abdómenes y las entendía.
Ella también era mujer. Mujer planeta. Mujer útero luminoso. Útero descascarado y bíblicamente corrompido.
Cada mes lunar, a muchas de ellas les estallaba la cabeza. A otras, el útero les latía estrellas. A unas cuántas los ovarios les cantaban insomnios. Pero sangraban en silencio. Y nadie entendía porque que sangraban y no morían. Sangraban y no estaban enfermas. Y cuanto mas sangraban, más vivas estaban.