El señor sapo fumaba sin parar. Tenía sexo sin querer. Fagocitaba lombrices que aborrecía por su gusto dulzón. Y le provocaban mucha sed. Tanta era la desesperación que empezó a alucinar.
Y tuvo fiebre varios días y varias noches. Alucinaciones y visiones fantasmagóricas. Un amanecer la fiebre cedió un poquitito...
Una madrugada salió de su agujero con su mochilita naranja y gris.
De tanto en tanto, miraba al cielo. Un hilo plateado bajaba en tobogán y se le enredó en sus patas: Encontró un palito y con el esfuerzo de los débiles, lo empuñó una y otra vez. Una y otra vez.
Del pocito salían hormigas culonas y arañas doradas. Semillas de girasoles y un abrelatas. Un rollo de cinta aisladora , un yogurt vencido en el noventa y ocho y dos fotos carnet semiborrosas...
Asomó su cabeza y sus ojos saltones no podían creer el milagro: en el fondo del pozo brillaba la luna reflejada en su deseo. En su necesidad.
Abriò su bocota de sapo. Sonrisa de ojo a ojo. Y se comió el pozo. Y la lata que quedó dentro del pozo, cayó en su panza fofa, como desgracia divina...
(Hinchado de orgullo de lata, se quedó esperando, que después del trueno, dios se apiade de su sed. Y de su dolor… )