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lunes, 11 de abril de 2011

Querías ser como Laura Ingalls...

Querías ser como Laura Ingalls, ¿te acordàs? De chiquita te pintabas  pecas de colores con las fibras de la escuela. Una roja, otra verde, otras en forma de corazón de chocolate.
Que rídicula, si las pecas son marrones, te decía Tato sentado en su bicicleta destartalada. Y vos le gritabas en forma de crayones puntiagudos, que  la culpa la tenía la televisión, por ser  en blanco y negro. Y dudabas que la gente vivía dentro de la tele fuese tan pálidamente insulsa.
Pero la gente es real, ya vas a ver, te insistía Tato. Nena, no sabes nada, ¡sos tan tonta! haceme caso a mi, que voy a cumplir doce…
    Me llamabas trepándote a la medianera para que te fabricara dos trenzas largas  en tu cabello azabache corto. Mas que Laura Ingalls, parecías Heidi,  yo te decía siempre, y Tato se reía hasta que se le inflaba el ombligo, y lo hechábamos a pataditas desflecadas, a risas con ventanas de Ratón Perez. Pero Tato volvía. Tenía que volver. Cada tarde robaba de la peluquería de su mamá dos cepillos para convertirte en la pecosa más inocente del barrio. Y Querías ser Laura Ingalls
 Yo te inventaba trenzas de lana amarilla y te enchastrabas con plasticola hasta las rodillas. A veces siento que mi vida es un album de figuritas, decías, mientras cambiabas las repetidas con Tato. Nunca te entendí esa frase. Al menos hasta ahora.
 Querías ser como Laura Ingalls, y soñobas con tener un vestidito en estampado liberty para correr por las praderas de la cuadra.
 Le pedí prestado un batón a mi abuela y Laura Ingalls de repente, entró en nuestras vidas. Pero no en blanco y negro. Entró en colores, era real. Y nos colgabamos por turnos en la bicicleta de Tato dando vueltas manzana y arrancando margaritas de los jardines. Tarareando la musica de la serie, locos de felicidad y llenos de inocencia de peluche.
 Querías ser. Y lo conseguiste por unos días. Las fotos borrosas  de la infancia las guardé en el arcón secreto de los recuerdos. Y no te vi más, por muchos años. Tu casa quedó vacía desde una noche que se escucharon ruidos y gritos que saltaron sobre mi inocencia. Algunas veces me trepaba por la medianera y veía el pasto seco y las cortinas  acartonadas por el sol. Me quedaba mirando, llamandote Laura, Laura, ¿vamos a jugar? Y mamá me decía que no ibas a volver, que te fuiste lejos, que vaya a mirar la tele con Tato. Que estaba todo bien…
 Ahora que volviste, casi ni te reconozco. El cabello largo y rubio. Anteojos. La misma sonrisa, si, pero con un dejo de tristeza. Los años en Francia te hicieron elegante y militantemente culta. Y asi, fuimos a visitar una tarde de abril a la mamá de Tato, que nunca, pero nunca, se quita su pañuelo blanco de la cabeza. Abrió un cajón, sacó dos cepillos envueltos en papel madera y nos regaló uno a cada una. Nos fuimos saltando como dos chiquilinas a pintarte pecas fluorescentes y armarte trenzas con tu propio cabello largo…