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sábado, 26 de febrero de 2011


Ninguna mujer nace para ser asesinada

EN EL 2010 AUMENTO LA CANTIDAD DE MUJERES MUERTAS POR SUS PAREJAS O EX PAREJAS. TAMBIEN EL CASO DE WANDA TADDEI GENERO UN EFECTO HORROROSO COMO EL FUEGO Y SE REGISTRO UNA SUBA DE LOS CRIMENES POR INCENDIO. ESTE AÑO YA EMPEZO CON TRES ASESINATOS. POR ESO, PROPONEN QUE EL FEMICIDIO FIGURE EXPLICITAMENTE EN EL CODIGO PENAL PARA PODER DETENER LA MUERTE DE JOVENES Y ADULTAS EN MANOS DE VARONES QUE LAS CONSIDERAN DE SU PROPIEDAD. Luciana Peker para Página 12 http://www.pagina12.com.ar/ (suplemento Las 12)

El fuego apaga el agua

 A las mujeres les queman las palabras en las gargantas anudadas de te quieros y monstruos. Balbucean delirios de justicias vanas y no creen en los crímenes pasionales de las novelas rosa de la tarde, ni de los noticieros amarillos de la noche. Saben que los amores blancos ya no existen. Ni los besos lánguidos, sellando pactos de Cupido, al que solo le quedaron sus alas rotas.

Sirenas ensordecedoras serpentean las autopistas colapsadas, los corazones desgastados y dudan de las bellas mujeres desangeladas. Heladas están sus almas por orden judicial. Hirviendo sus nombres es letras de molde: Wanda. Fátima. Gladys. Natalia. Vanessa. Norma. Analía. O Vos. O yo.

Falsamente maltrechos, irónicamente malheridos van los machos con sus doncellas en brazos. Las reinas del hogar balbucean dolorosamente leche en polvo y jazmines frescos. Mentiras verdaderas y vecinos ciegos en cuerpo y alma.
 La inquisición moderna muestra su brutalidad antes del amanecer, en el primer noticiero diario. Durante el dia, en cualquier lugar. A cualquier mujer. La casita de la villa puede mutar de hogar en hoguera.
El chalet del barrio silenciado y silencioso, en el golpeteo ensordecedor del martillo de las brujas.
El departamento modesto del hijo del bancario y buen vecino, del verdulero sonriente y prolijo, puede ser combustible para el inquisidor.
Vil paradoja. El fuego apaga el agua y apaga algunas, muchas mujeres, tatuadas con el estigma que legalizó el patriarcado.
 Las ingratas palabras del inconsciente colectivo inventan mitos acerca de su condición. Y a ellas las declaran culpables de portación femenina. Brujas, pecadoras, putas, santas, locas, enfermas, anórexicas, raritas, faloperas, amas de casa inùtiles, andá a lavar las platos que no servis para nada, andá a cuidar a los chicos que es para lo único que estás, si no fuera por mi, no serías nadie, vos sos mia y con vos hago lo que quiero.
 El macho abraSa un televisor encendido y le sube el volumen. Tiene la cínica certeza que las brujas existen, pero nadie tiene porque enterarse.
¿Hogar dulce hogar? Hoguera sedienta hoguera. El fuego apaga el agua, evapora el silencio de las falsas pecadoras y las condena a saciar inquisidores. A saciar noticias de falsos amores convertidos en ramas secas y leyendas urbanas de que lo que no te mata te fortalece.
 La paradoja de Hestia (diosa griega del hogar y del fuego), sigue iluminando con ironía los noticieros y los pasillos infinitos hacia la guardia de los hospitales descascarados.
Primero fue hogar, despues hoguera. La ceguera del macho arrebató la tibieza de las cortinas floreadas y las transformó en cenizas. También transformó en cenizas las suplicas. Los llantos. Los dibujos infantiles de acuarelas y crayones fluorescentes. Al rimmel y al rush color caramelo. A los peluches agrietados por el humo, que no saben pedir auxilio por la ventana. Que tosen polvo de inocencia, desde los estantes del fin
del mundo…

En esta etapa del blog, me acompaña con sus bellas ilustraciones la artista
Sandra Becchia: www.sandrabecchia.blogspot.com






sábado, 5 de febrero de 2011

Dulces quince, dulces dieciseis...

 En la playa, el sol incendiaba la arena.Y bajo la lupa, el entramado de red de las medias de Mariel se hacía más brillante. Una vaquita de San Antonio se enredaba en ellas. Subía. Bajaba. Y los ojos de Tomás, la perseguían con el lente a ver, hasta donde se animaba llegar el pequeño cascarudo, a ver hasta donde se animaba a llegar el mismo. Un rayo de sol, atravesó la lupa, y el olorcito a quemado del nylon apuró a la vaquita, que se refugió, primero en el hueco perfecto de un ombligo alcoholizado de mar. Y dejó las huellas camino a la flor rosada de un pezón que latía sin cesar, al compás de un corazón tornasolado.

 Un quejido de Mariel cuando la vaquita posó sus patas. Un quejido de Tomás, cuando vió a su sirena arquear el cuerpo semidesnudo como un pájaro abriendo sus alas para volar alto, lejos…

 Las dedos de Tomás se posaron en el pezón de Mariel, marcandole sus huellas con arena, como quien busca el tesoro en un mapa antiguo. Y se encontró con dos piedras preciosas que latían y esperaban ser descubiertas pronto, con urgencia…
 Entonces, la boca de Tomas rozó los pezones que se erectaron como tallos despues de la lluvia. Y se llenó de néctar de los dioses, de arena, de sal y de primera vez.
 Un soplido certero empujó la vaquita a la arena y la puerta se abrió al manjar de piel rosada, que daba quejidos cuando la lupa se distendía hasta el capricho de robarle rayos de sol al sol, y marcarlos en la piel de ella, en forma de monosílabos tibios, de tatuajes calientes, de piel hirviendo a la luz de lupa que enceguecía el cuerpo de Tomás. Erguía el cuerpo de Tomás y lo convertía en totem. Y lo convertía en tabú.
 A él con sus quince. A Mariel, con sus dulces dieciséis…