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domingo, 28 de noviembre de 2010

La Profe


Oscar Cuccinato, preceptor de la escuela Normal 2 de Villa Arguello:
 El día que el dire la presentó, llovía a cántaros. Roberta Franchini se hizo cargo de la clase de física y química en cuarto B. Fue después del fallecimiento del Pipeta Ledesma, el octogenario profesor irreverente que tiraba tizas a sus alumnos cuando respondían mal una pregunta. Y los pibes se las llevaban como sourvenir de las horrendas clases del viejo.
 Cuando Roberta entró al aula y observó treinta y cinco seres desaliñados en cuerpo y alma atinó solo a saludarlos abanicando su mano derecha y, tragando saliva se presentó: -Mi nombre es Roberta. Roberta Franchini. Soy Ingeniera Quimica y a partir de ahora su nueva docente de la materia…- Los murmullos se transformaron en muecas de asombro y risitas desconfiadas.
 La profesora nueva estaba tan tensa que cuando tomó la tiza, esta rebotó contra el piso, hasta frenarse en el banco del gordo Bermudez. Roberta se agachó a levantarla y simultaneamente cayeron por la fuerza de gravedad, sus grandes pechos dentro de su camisa semi desabrochada. Sus rodillas rozaron la nariz del gordo, que apuró sus brazos tatuados para hacerse el cancherito de la clase. Y levantar el aplazo atrasado que tenía con el viejo “Pipeta”. Y la tiza.

Alumno: Matìas Greco, segundo banco a la derecha.
 Matías recordó al viejo Pipeta y nunca supo si las tizas que tiraba se autorreproducían o las compraba al por mayor. Tenía en su casa sesenta y ocho trozos de distintos colores. Y nunca supo ni de memoria la ley del menor esfuerzo. Cuatro tizazos por eso. Bingo.
 Roberta le resultó graciosa a Mati, con ese saludito al mejor estilo vedette hueca y con nombre tan masculino. Pensó por un momento si no era travesti.  Y encima con una profesión tan poco femenina. El siempre pensaba que las profesoras eran de lengua, literatura ó geografía. Y sumó su risita brillosa de brackets al plantel de cuarto B.
  Miró de reojo cuando la profesora Roberta se agachó a levantar la tiza y cruzó su mirada de gata en celo con el gordo Bermudez que, pálido de la emoción y la excitación tuvo que frenar su tatuaje del Che, que amenazaba meterse por el escote de la morocha a pasar mejores momentos.

Alumno: Jorge “Tumbero” Ferreyra, bien al fondo a la derecha.
 Cuando murió el profe Pipeta, Jorge se había rateado. Antes de ir para la funeraria corrió hasta su casa. Manoteó de una bolsita, un polvillo blancuzco, que depositó amorosamente sobre el cajón del difunto: -¡Para vos viejo, para que descanses en un colchón de tiza! ¡Aguante el Pipeta!, gritó desaforado, señalando el paquetito.
 El Tumbero, ya pasaba los veinte años e insitía una vez más, con hacer cuarto año. Nunca se imaginó lo que era amor a primera vista hasta aquel día, en que los bucles azabache de la ingeniera, regaban gotas de cristal en un charco de agua bendita…

Alumna Merceditas Lover, primer banco, fila central.
 Algunos alumnos de la clase le tenían un afecto especial al profesor Pipeta, entre ellos, Merceditas. El viejo era la mezcla de ternura del abuelito de Heidi, y el malvado inventor de Frankenstein.
 Tizas que el profesor le tiraba, Merceditas las levantaba y se las entregaba en mano. Como si se hubiesen caído de entre sus dedos temblequeantes. El viejo escupìa parkinsons desde sus músculos gelatinosos. Y a Merceditas esto, le entristecía la mirada.
 Roberta venía a ocupar un lugar que no le correspondía. Merceditas la odió desde el mismo instante que se presentó con su voz chillona, de gallina disfónica. Nunca una docente se atrevió a tanto, como desabrocharse el escote frente a los alumnos, simulando saludar con su mano agitada, con una falsa simpatía. Y el colmo de la histeria, querer seducir al gordito de la clase recorriéndole en semicirculo su tatuaje del Che Guervara con el dedo índice. Como si a Bermudez le gustara. Con lo timido que era el gordo…

  A Jorge, alias el Tumbero, el nombre Roberta, le hizo un ruido extraño en el corazón. Un corazón que solo se agitaba cuando corría huyendo de la policia. O latía tan fuerte como ayer, cuando logró escapar de la bandita de la esquina y se le cayó la pulsera de oro que acababa de robar. El pensó que ese botín hubiese tenido una hermosa destinataria. Pero por amor, amor, el corazón era la primera vez que corría y se agitaba tanto…
 Y puteó bajito. Mientras ella se presentaba, el Tumbero la imaginaba entre sus brazos, desabrochándole de a poco los botones de la camisa blanca, que la cubrían hasta el cuello, y dejaban traslucir un hermoso corpiño de encaje fino.
 Y la miraba embobado, como si ella explicara algo interesante y asentía que si, sin pensar. Entonces, La profesora se agachó para levantar la tiza. De un salto, el Tumbero llegó hasta ella. Miró fijo a los ojos del gordo Bemudez y el tatuaje del Che, casi muere torpemente ahorcado por sus manos. Mientras tanto le dijo bajito: -Gordo, ni te atrevas a tocarla…esta minita es de papá…-
Dedicado a mis profes del Profesorado en Psicología Social del ISA (Instituto San Ambrosio, de Palermo).












2 comentarios:

  1. Buenísimo Sil! me re enganchó leerlo! perdón por no haber comentado antes, cuando lo enviaste. Ya sé que me cuelgo...
    besotes!!

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  2. chiquita...no problem! ¿lo mande? ¿cuando? ¿donde? jaa!

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