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domingo, 14 de febrero de 2010


Era tan grande la casa que un día el niño simplemente desapareció. Lo buscamos en todas las habitaciones, recorrimos los largos pasillos, miramos en las terrazas, en los balcones; en las criptas y las catacumbas; incluso en los jardines que tan vivaces se extendían tras los muros. Al fin, pasadas varias noches, tal vez semanas, cesamos nuestra búsqueda infructuosa, resignados a la fatalidad. Era tan grande la casa que años después, muchos años después, por una de las tantas escaleras, jugando con su pelota roja, el niño simplemente reapareció. Miró en nuestros ojos la vejez y las lágrimas, y sin desdibujar su sonrisa de niño, preguntó quién podía prepararle una taza de chocolate caliente.
INOCENCIA
Autor: Sebastiàn Barrasa (El Zaiper)



miércoles, 10 de febrero de 2010

La Pato

Ensenada será chica, pero la avenida Haramboure es larga: termina cerca del río Santiago y la frena la estatua del Doctor Segundo Haramboure. Abuelo ilustre, si los hay. Esposa culta, amante polaca. Nueve hijos. Tres con la Tatianka. Una nieta preferida: La Pato. Socia al minuto del Defensores de Cambaceres y cancha los domingos con el tata Segundo.
La Pato es Patricia Haramboure:- Haramboure con hache-, como le gusta aclarar. Alcurnia europea en el apellido. Estirpe ensenadense. La mayor de tres varones consentidos. Ella es alta. Tiene ojos negros perturbadores. Tiene músculos tallados a sudor y fortaleza. Los entrenamientos en Estudiantes de Berisso desde la adolescencia, hicieron lo suyo: 9 en la camiseta. Gol de La Pato.
Ahora a sus treinta y doce, muslos, gemelos y otros músculos visibles deben cubrirse de 7 a 15, casi por orden judicial: –“hija querida, te pido moderación con tu ropa…vos sos mujer…”, le sugería la jefa de personal. Como si ella no lo supiera. Lo de ser mujer…
Pero La Pato es simple: Fútbol como pasión; oficina “para bancar el puchero y darme el gustito de ver a los Pimpinela”, decía siempre.
¡Pido gancho! y no es precisamente el comienzo de un juego infantil.
La frase queda suspendida en el aire de la oficina y todos saben que ella tiene algo para decir. Y todos saben que les conviene escuchar.
Puntualmente a las siete de la mañana, La Pato levanta las persianas, prende las computadoras, revisa una y otra vez el trabajo terminado del día anterior. Siempre detecta algún error: legajos fuera de lugar que ella prolijamente había acomodado a ùltima hora ó tazas sin lavar: mira la listita de Hoy le toca limpiar a…y putea en colores y en números. En inglés básico ó en italiano para principiantes.
Pero nunca nadie se enteró. Porque puteaba para adentro de su cuerpo. Y el eco de sus pensamientos se adormecía en sus vísceras lastimadas.
Porque la mujer interior de La Pato tiene huequitos por aquí y por allá. Un bisturí se había encargado del asunto hace unos años. Y no pudo llenarlos: los hijos, los hermanos, papá y mamá son de los otros.
Hace seis meses, en el Gran Rex, pudo disfrutar a los Pimpi desde primera fila. Había sacado dos entradas. Lila no fué porque justo a Catalina se le dió por tener cría. Y cuando volvió, a La Pato se le dió por tener un pequeño dolor en el pecho izquierdo.
Si hasta hace poco tenía el cabello castaño claro brillante era por el Pantene ultra-requete-recontra-brillo-extremo,su champú fetiche.
Cuando todas las brujas de la oficina salieron a comprarlo a ninguna le dió el resultado que a ella. Porque La Pato es única en casi todo. Pluscuamperfecta, como le dice Fabito de mesa de entradas, que ni siquiera sabe lo que significa, y repite como un loro lo que está aprendiendo en el secundario de adultos.
Jeans a la cadera, pañuelo en la cabeza y mochila extrasmall de paciencia momentánea, es el look que portaba hasta hace poco para ir a la oficina.
Y cuando el tiempo es tirano y la obliga a quedarse en casa, escucha ronronear a Catalina y sus ruidosas crías, mientras Lila, emparchadora de huequitos, le ceba mates en el cuarto. No. Tan tirano no es el tiempo de Pato.
-¡Pido gancho! Y se hace un enorme silencio:- ¿Pueden ir a cotorrear a otro lado que se me parte el bocho?
Ahora, desde hace poco, va a la oficina con pañuelo al cuello y aritos. El rimmel le resalta los ojazos negros. Volvió a comprar Pantene. Uno nuevo: “Liso y sedoso”. Gol de La Pato.
Con todo mi afecto para Patricia, una de las mujeres mas generosas que conocí y encima me dió en adopción a Catalina, (rebautizado como el gordo Albóndiga, pero ese es otro cuento...)