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sábado, 21 de diciembre de 2013

MARIA Y LOS DOS
 
El pecado no puede ser concebido en un estado natural,
sino sólo en un estado civil,
donde es decretado por común consentimiento

qué es bueno o malo…
(Spinoza, circa 1640)


Del ombligo le brotó uno de los dos amantes. Asi, como esos tallitos de pasto que salen entre los adoquines. Crujían las hojas al sol tibio del otoño. La bicicleta de María escaló sobre la parejita arrepollada contra un tilo añoso. Un perdón mas otro, estaquearon un par de ojos ciruela, hasta convertirlos en zumo y la libró de culpa y cargo. El brote hizo flor en su ombligo. Y el cuerpo de María se arrepolló cada madrugada, entre acuario y piscis, sobre los lunares del hombre que puso freno a su bicicleta azul.
El otro amante le brotó de una lágrima platinada. Del velorio de una viejita de su barrio. De las ganas de comerse el sol entero de un mordisco. Cuando atardecía, cada martes, se desconocían para sorprenderse. Se vestían para no tentarse. Se desnudaban para tatuarse besos fluorescentes, para volverse a reconocer a la semana siguiente.
María nadaba cada atardecer entre acuario y piscis, hasta caer exhausta cerca de la boca tibia de alguno de los dos.
Así, de repente, sin que ella se diese cuenta, mientras soñaba con uno y con el otro dormía, percibió un pequeño ardor de nuevo en el ombligo, de nuevo en una lágrima platinada y por primera vez, en las pestañas empalagadas de rimmel color bordó.
 

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