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domingo, 7 de julio de 2013

INSTRUCCIONES para MORIRSE de una CORAZONADA...

La boca del corazón quiere hablar, pero está angustiada. No le salen las palabras. Tiene el corazón en la boca porque el miedo a la vergüenza la invade.

El Club de los Corazones Rotos está alerta a sus palabras, aunque hasta ahora el corazón poco pudo decir acerca de lo que le pasa.
Habría que avisarle a sus dueños que una corazonada, un latido fuera de lugar, un chisporroteo de taquicardia pueden ser síntomas de que la pasión caliente, aquella que fusiona cuerpos enredados en jadeos puede ser peligrosa. Puede ser mortal.

Los corazones modernos ya no pueden disfrutar de los placeres de la vida diaria como antaño. Tienen que estar alerta al paradigma de la inseguridad. De la inseguridad laboral, la inseguridad social y de la inseguridad de que, amar, ya no asegura salud, ni amor eterno... Que las inseguridades cotidianas lo han debilitado tanto, que lo van a infartar.

Días pasados, encontraron un corazón roto en un albergue transitorio. El corazón de la mucama que lo descubrió, lloró aterrado. No era la primera vez que se encontraba con semejante escena. Ni el corazón. Ni la mucama.
Sobre las sábanas enredadas el pobre músculo tenía el semblante triste; muchos hubieran pensando que murió de placer: dos pastillitas azules y un vaso de whisky completaban la fría escena del frío lugar.
Su autopsia reveló que un altísimo grado de ansiedad y de miedo a amar lo habían destrozado.

Pero como siempre pasa en éstos casos, se retacea información. Se dice que los cardiólogos no quieren alarmar a la población y ocultan datos, que es lo mismo que ocultar corazones. Corazones rotos; corazones desgastados; corazones partidos al medio, corazoncitos marcados a filo en los troncos de los árboles. Corazones tatuados en pieles enamoradas, por si falla el que ocultan bajo sus ropajes…
Hay pocas chances de infarto, dicen los médicos. No saben nada. No escuchan a sus propios corazones desgastados y apabullados de tanta consulta.

Días pasados encontraron un corazón con arritmia en un consultorio. Lo llevaron de urgencia a terapia intensiva. El dueño, un señor alto, prestigioso, con su guardapolvo blanco desabrochado, balbuceaba palabras extrañas…
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