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domingo, 17 de enero de 2010

Ultimo triciclo a lo de la abuela Mica (parte I)


Madrugada. Los gatos en celo rebotaban contra el techo de chapa, una vez más como todas las noches de verano. Por la ventana, de un salto certero, entró Albóndiga asustado, con un maullido lastimoso y el hocico chorreando un hilito de sangre. Perdida la batalla, se acurrucó al lado de Ana Paula buscando refugio y se quedó dormido como un peluche gordo.
El cuarto estaba semioscuro. Había llegado el día esperado por Ana Paula, y después de dar varias vueltas por el cuarto, se vistió rápido, le tiró un par de besos a Albóndiga y se fue…
Recién salía el sol. Hacia calor y se recogió el cabello. Se miró en el espejo del baño de un bar y le gustó ese estilo hipposo de pollera larga, ojotas y morral multicolor: Vió el reflejo de una mujer de cuarenta y pico (que no lo aparentaba) y se sonrió: Sabía que tenía un largo periplo a pie. Pero no largo en distancia kilométrica real, sino en longitud de emociones, que son raramente medibles con instrumentos apropiados, más bien se miden por comparación: un beso puede ser de grande como un globo inflado, el amor, enorme, como una gran montaña lejana (las grandes montañas casi siempre quedan lejos de Ensenada y de Berisso) o decir te quiero hasta la estratosfera, como Ana Paula había dicho tantas veces. Después de eso, el cielo se puede caer a pedazos…

1 comentario:

  1. ¿no me digas que esa es la foto del Gordo cuando era bebé?. ¡que lindo!
    P.H.

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