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sábado, 21 de diciembre de 2013

AdolESCENCIA de peluches y amigovios

adolESCENCIA de peluches y amigovios

La mamà, amorosa, la acompañó hasta la estación.
-Hay que dejarla volar-, le dijo la abuela Chicha que, de alas, sabìa bastante. Y del ruido del silbato que anunciaba parandoentodas, tambièn.

-Quinientos kilómetros para llegar. A trescientos cuarenta y ocho latidos de corazòn por kilómetro, da la cuenta, que para encontrarse con “el-muchacho-que-me-gusta-y-no-es-mi-novio”, se necesitan… ¿un millòn de latidos?- dijo entre risueña y asustada la mamà amorosa...

-¡No importa mamà!… ¡Vos y tus chistes pavotes…! ¡Tengo diecinueve años y ya voy a la facu! Callate, ¡sory que te diga!. ¿Que van a pensar? ¿Que soy una nena?… si encima salì petisa como vos… Si…tranqui, cuando llego te llamo…-

Sonò una madre sobresaltada, y el teléfono a las diez de la noche interrumpiò la novela:
-Hola ma, todo bien si… ¡Ya lleguè! No, todavía no comi! ¡parà un cacho, que no tengo hambre! Pero… ¿Me dejàs hablar a mi?

Silencio de madre. Ruido de novela…
-Ma… ¿Te acordaste de poner en el lavarropas a Pompon? ¿Maaaa?-
Silencio de madre. Ruido de secarropas.

Y olorcito a peluche limpio, de la nena que se fue dentro de la maleta, con un boleto al futuro-pasado pluscuamperfecto
El tren, dicen, pasa una sola vez y hay que subirse... Quinientos kilómetros.
-Hay que dejarla volar-, repitió la abuela Chicha…
 

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