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jueves, 17 de junio de 2010

La Balanza del bien y del mal




Con dificultad, Ana fue poniendo los pedazos de su propio cuerpo sobre la balanza. Primero las piernas, el tórax, el busto, los brazos. La cabeza la dejó para el final. Entreabrió los ojos y los clavó en la temida aguja que marcaba treinta y ocho. Treinta y ocho kilos de una humanidad fagocitada por si misma.


Tiró el aparato con furia por el balcón y ella saltó por detrás para rescatarlo. Quería que le dijera la verdad: -Espejito, espejito, ¿hay alguien más delgada que yo?-

Pero ya era tarde. Logró pesar veintiún gramos menos, aunque la aguja siguiera clavada milagrosamente en el exacto lugar, en el preciso límite entre el deber ser y el parecer.

Hacía cinco años que Ana era un fantasma deambulando en un mundo inventado de Barbies y mentiras piadosas.


Esa noche, tarde, una balanza perdió la vida por no callar una cruel verdad. Todavía nadie llamó al 911.




                

Nadie enferma de nada que no ha aprendido antes...
                                                                  Juan Carlos Dominguez Lostalò

2 comentarios:

  1. te quiero tia, son interesantes las cosas que escribis y los temas que pones aca.

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  2. Gracias, mi chiquita! que contenta me pone un comentario tuyo.

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