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viernes, 9 de abril de 2010

SALA DE ESPERA

Cuatro. Apenas entrò, la morocha se enganchò las medias de red con una astilla que sobresalía de la vieja mesa que estaba en la sala de espera. Se mordió los labios. De la bronca que tenía, comenzó a practicar con sus cuchillos afilados frente a la mirada temerosa de todos los que estaban esperando antes y después que ella.


Número cientotrece. La mala suerte estaba disfrazada de concurso de talentos y la enana barbuda que no le quitaba los ojos de encima a la morocha, hacía foco en su ombligo tatuado.

La chica era buena con los cuchillos, pero a su alrededor, se fue haciendo un hueco; no era cuestión quedarse sin un ojo, un dedo ó sin las partes pudendas, fileteadas como para una brochette…

Quince. Uno menos y ni se nota. El hedor no cambia: se transforma en goma pegajosa debajo de las axilas y las espaldas de los aspirantes a la fama tambaleante. La morocha de los cuchillos se rascaba los brazos con un Tramontina pizzero. Parecìa arrancarse la piel de a pedacitos: -shik…shik…shik… Los ojos de la enana se agigantaron en un segundo y de un salto se corrió al lado del mono con navaja, que le regalò un chillido de bienvenida invitándola a sentarse a su lado.

Treinta y ocho -Te abrocho-, alguien dijo por lo bajo, mientras fagocitaba con su cuerpo a la morocha de los Tramontina, cada vez que ella se inclinaba a levantar los cuchillos.

La chica mirò de reojo. Un filo de bisturì se reflejaba en su mirada. Y descubrió al autor de la temeraria frase: el falso mago con el conejo de peluche rosa, se disculpò antes de cualquier advertencia. Y la morocha le dedicò un concierto de piruetas afiladas que, entre cuchillo y cuchillo fueron despeinando al mago. Se aferró a la pared con sus manos como si fueran garfios, tan clavadas en el empapelado violeta, como los filos estaqueados sobre su cabeza. Y se escuchò bajito el padre nuestro.

Noventa y cinco. El ùltimo cuchillo fuè para el oso: como una sandìa partida en dos, se desparramó la pulpa de fantasía que tenía por relleno. Todas las baldosas de la sala fueron testigos del tremendo aterrizaje de la Mujer Objeto, así decía su remera, y El Mickey Mouse venezolano que, haciendose el distraìdo, saludaba al mejor estilo Hugo Chavez...

Noventa y seis. De tanto en tanto a la chica de los cuchillos se le entrecerraban los ojos y parecía jugar a la ruleta rusa, porque se rascaba los rulos con la punta de un Tramontina de cortar pescado, mientras con su otra mano convidaba vino tinto de una damajuana y todos brindaban sin saber porqué. Porque sí. Por el aguante. Por la fama. Por el talento…

Noventa y siete. De tanto en tanto a muchos se le entrecerraban los ojos y ya no habìa cuerpo que aguante. La chica de los cuchillos fué desmayando su borrachera graciosamente hacia los costados de un sillón fluorescente.

Con la punta de una Victorinox se hizo un tajito en el dedo índice: el empapelado violeta fue el objetivo del graffiti de la morocha: apurensé que quiero ser famosa.

Ciento trece. Parece que la morocha se durmió profundamente. ¿Paso yo? Preguntó la Mujer Objeto







2 comentarios:

  1. Eyyyyy, muchas gracias por tu firma! Es una pena que ya no coincidamos más en el taller (felicitaciones por la promoción! jaja). Yo también disfruto un montón de tus textos, siempre tienen un mensaje interesante y están escritos desde un lugar muy comprometido; eso está buenísimo. Hace unos días leí tu cuento RESISTIR acá en el blog; me encantó, es impecable.
    Así que bueno, espero que vengas a visitarnos algún miércoles y que no perdamos el contacto! Un gustazo conocerte, de verdad.
    Un beso!

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  2. Hola, Flor! te cuento un top secret ¡me quedo los mièrcoles! (ya mandé el mail pertinente).
    Gracias por compartir mis textos. siempre es un mimo que alguien deje un comentariopor que gus`to, o no. y está bueno disentir.¡y a la manchita jodida, que cayó sobre tus palabras, ojalá se convierta en hielo, ja,ja, por mala.
    nos vamos a segur viendo en nuestro querido taller bizarro ja, ja!
    Beso grande!

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