No. no estábamos enamorados, no. Pero nos necesitábamos. Un día de estos
nos empezamos a desear con las pupilas rotas. Y, con el alma en la
mochila, nos besaríamos a escondidas del
tabú del incesto. Porque jugábamos a ser hermanos del zodíaco, así en
la salud como en la enfermedad. Hasta que la distancia hacia el arco
iris nos separe. O nos expulsen del infierno, como a Lilith y Caín…
Amén.
Y después de varios bisiestos nublados, elegimos no mirarnos más. Tampoco podíamos distinguir las voces futuras que saldrian de nuestras gargantas. Esa era la condena divina. Entonces ya no nos reconoceríamos. Y quizá, en ese instante nos podriamos enamorar como dos desconocidos sin necesitarnos tanto...
Vaya uno a saber, que va a cenar el destino…
(Demasiado tarde, siempre, porque aunque hiciéramos tantas veces el amor la felicidad tenía que ser otra cosa, algo quizá más triste que esta paz y este placer, un aire como de unicornio o isla, una caída interminable en la inmovilidad)
(JULIO CORTAZAR)
Amén.
Y después de varios bisiestos nublados, elegimos no mirarnos más. Tampoco podíamos distinguir las voces futuras que saldrian de nuestras gargantas. Esa era la condena divina. Entonces ya no nos reconoceríamos. Y quizá, en ese instante nos podriamos enamorar como dos desconocidos sin necesitarnos tanto...
Vaya uno a saber, que va a cenar el destino…
(Demasiado tarde, siempre, porque aunque hiciéramos tantas veces el amor la felicidad tenía que ser otra cosa, algo quizá más triste que esta paz y este placer, un aire como de unicornio o isla, una caída interminable en la inmovilidad)
(JULIO CORTAZAR)
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