Un quejido de Mariel cuando la vaquita posó sus patas. Un quejido de Tomás, cuando vió a su sirena arquear el cuerpo semidesnudo como un pájaro abriendo sus alas para volar alto, lejos…
Las dedos de Tomás se posaron en el pezón de Mariel, marcandole sus huellas con arena, como quien busca el tesoro en un mapa antiguo. Y se encontró con dos piedras preciosas que latían y esperaban ser descubiertas pronto, con urgencia…
Entonces, la boca de Tomas rozó los pezones que se erectaron como tallos despues de la lluvia. Y se llenó de néctar de los dioses, de arena, de sal y de primera vez.
Un soplido certero empujó la vaquita a la arena y la puerta se abrió al manjar de piel rosada, que daba quejidos cuando la lupa se distendía hasta el capricho de robarle rayos de sol al sol, y marcarlos en la piel de ella, en forma de monosílabos tibios, de tatuajes calientes, de piel hirviendo a la luz de lupa que enceguecía el cuerpo de Tomás. Erguía el cuerpo de Tomás y lo convertía en totem. Y lo convertía en tabú.
A él con sus quince. A Mariel, con sus dulces dieciséis…
"la puerta se abrió al manjar de piel rosada, que daba quejidos cuando la lupa se distendía hasta el capricho de robarle rayos de sol al sol, y marcarlos en la piel de ella, en forma de monosílabos tibios, de tatuajes calientes"
ResponderEliminarFaaaaaa, qué cachos de imágenes, me encantó esa parte. Está muy bonito el texto, me gusta mucho más que la primera vez que lo leímos. Un beso sil!
Hay, gracias, Flor! siempre tan generosa con tus palabras! Diosa! beso enormeee. te extrañamos en el taller!
ResponderEliminarPrimera vez que entro a esta página,¡hermosas palabras aquí y allá!Gracias Silvana por escribir tan bonito y compartirlo.
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