Querías ser como Laura
Ingalls, ¿te acordàs? De chiquita te pintabas pecas de colores con las fibras de la escuela.
Una roja, otra verde, otras en forma de corazón de chocolate.
Que rídicula, si las pecas
son marrones, te decía Tato sentado en su bicicleta destartalada. Y vos le gritabas
en forma de crayones puntiagudos, que la
culpa la tenía la televisión, por ser en
blanco y negro. Y dudabas que la gente vivía dentro de la tele fuese tan pálidamente insulsa.
Pero la gente es real, ya vas
a ver, te insistía Tato. Nena, no sabes nada, ¡sos tan tonta! haceme caso a mi,
que voy a cumplir doce…
Me llamabas trepándote a la medianera para que
te fabricara dos trenzas largas en tu
cabello azabache corto. Mas que Laura Ingalls, parecías Heidi, yo te decía siempre, y Tato se reía hasta que
se le inflaba el ombligo, y lo hechábamos a pataditas desflecadas, a risas con
ventanas de Ratón Perez. Pero Tato volvía. Tenía que volver. Cada tarde robaba
de la peluquería de su mamá dos cepillos para convertirte en la pecosa más
inocente del barrio. Y Querías ser Laura Ingalls
Yo te inventaba trenzas de lana amarilla y te
enchastrabas con plasticola hasta las rodillas. A veces siento que mi vida es
un album de figuritas, decías, mientras cambiabas las repetidas con Tato. Nunca
te entendí esa frase. Al menos hasta ahora.
Querías ser como Laura Ingalls, y soñobas con
tener un vestidito en estampado liberty para correr por las praderas de la
cuadra.
Le pedí prestado un batón a mi abuela y Laura
Ingalls de repente, entró en nuestras vidas. Pero no en blanco y negro. Entró
en colores, era real. Y nos colgabamos por turnos en la bicicleta de Tato dando
vueltas manzana y arrancando margaritas de los jardines. Tarareando la musica
de la serie, locos de felicidad y llenos de inocencia de peluche.
Querías ser. Y lo conseguiste por unos días.
Las fotos borrosas de la infancia las
guardé en el arcón secreto de los recuerdos. Y no te vi más, por muchos años.
Tu casa quedó vacía desde una noche que se escucharon ruidos y gritos que
saltaron sobre mi inocencia. Algunas veces me trepaba por la medianera y veía
el pasto seco y las cortinas acartonadas
por el sol. Me quedaba mirando, llamandote Laura, Laura, ¿vamos a jugar? Y mamá
me decía que no ibas a volver, que te fuiste lejos, que vaya a mirar la tele
con Tato. Que estaba todo bien…
Ahora que volviste, casi ni te reconozco. El
cabello largo y rubio. Anteojos. La misma sonrisa, si, pero con un dejo de
tristeza. Los años en Francia te hicieron elegante y militantemente culta. Y
asi, fuimos a visitar una tarde de abril a la mamá de Tato, que nunca, pero
nunca, se quita su pañuelo blanco de la cabeza. Abrió un cajón, sacó dos
cepillos envueltos en papel madera y nos regaló uno a cada una. Nos fuimos
saltando como dos chiquilinas a pintarte pecas fluorescentes y armarte trenzas
con tu propio cabello largo…